Pedro Friedeberg. La estética hipnótica, la manía obsesiva y la arquitectura utópica del siglo XXI. Museo “El Cubo” en el Centro Cultural Tijuana. Julio – Octubre 2011
La gran apuesta de “El cubo” en el Centro Cultural Tijuana para este verano es una retrospectiva del artista Pedro Friedeberg. Las preguntas que surgen, y que son casi obligatorias para muchos de nosotros, es saber quién es Pedro Friedeberg, qué es lo que hace y por qué es importante traerlo a la primera sala de este museo en Tijuana.
Aunque italiano de nacimiento y alemán por ascendencia, Pedro Friedeberg puede considerarse un artista mexicano, ya que emigró a este país en la época de la segunda guerra mundial y aquí se desarrolló como artista. Según sus propias palabras, tuvo suerte de haber nacido en el XX por que en este siglo ya es aceptada la estética del absurdo, de lo ridículo, de lo infantil y de lo pornográfico. En esta tónica se nos presenta la obra en la exposición “Pedro Friedeberg. La estética hipnótica, la manía obsesiva y la arquitectura utópica del siglo XXI”.
Pedro Friedeberg es uno de esos artistas que hicieron de todo. Arquitecto de profesión y artista prolífico ha dejado un extenso legado de esculturas, de dibujos y de pinturas, que aún sigue produciendo. A pesar de que la vastedad de sus creaciones no puede ser apreciada en los límites que impone la sala de exposición, sí podemos rescatar algo que llama poderosamente la atención en su obra: una estética que dista mucho de asemejarse a alguna tradición que se haya dado en la historia del arte en México. Aunque a Friedeberg se le asocia con algunos movimientos vanguardistas de mediados del siglo XX como el pop art o el op art (de los cuales no podemos negar sus influencias), y sobre todo con el surrealismo que algunos artistas desarrollaron en México como Leonora Carrington, Remedios Varo o Edward James, no podría encasillarse la obra de este autor en una sola corriente artística. No es por nada que autores como Rodriguez Pamprolini lo consideran un ‘outsider’ del nacionalismo de Rivera y Orozco, incluyendo a sus opositores de la ‘cortina de nopal’. Como dice Rita Eder, el op art, el surrealismo o la poesía concreta, que si bien son sus influencias, no alcanzan a definirle.
Friedeberg siguió un camino más onírico en sus obras, lo que lo acerca al surrealismo, lo cual puede ser vislumbrado en su manera de trastocar objetos cotidianos con mundos ficcionales, como en la reiteración de las manos y los pies como partes fundamentales de los artefactos de uso diario: un reloj en donde cada hora es señalada por el número de dedos que le corresponde, una mesa cuyas patas son literalmente unos pies humanos y no podía faltar su obra más famosa, el centro de la exposición, la célebre ‘Silla mano’ que ha pasado a ser un paradigma del diseño contemporáneo.
De un estilo visual complejo y heterogéneo ya que combina símbolos y lenguajes que normalmente no irían juntos, como el sánscrito con el ratón miguelito, pistolas en el cuerpo de un maniquí o lenguaje esotérico con lenguaje matemático, su obra también parece tratarse de un ‘juego’, que a veces puede tornarse sumamente hermético. Sin embargo, “La importancia del cacahuate”, “Fábrica de malvaviscos para odaliscos bizcos”, “La luna en los calzones o la abuelita de Metastasio” son títulos de obras que revelan que llevar la realidad cotidiana a un plano de lo imposible, como el ‘juego’ que propone en su obra, puede incluso hacer de la producción artística, una producción humorística.
Pero seguir un camino en la creación de ficciones no lo aleja de ser un crítico de su tiempo. Como arquitecto, tomó postura crítica ante el desenfrenado desarrollo ‘progresista’ urbano y económico de su época, lo cual puede ser apreciado, me parece, en las constantes citas que hacen sus obras a los espacios del humano. Desde arquitecturas imposibles, pasando por la experimentación del dibujo repetitivo y sus dimensiones en el espacio del plano, hasta pequeños artefactos cotidianos que rayan en lo hipnótico, Friedeberg puede estar señalando los posibles caminos que podría tomar el habitar humano en las urbes. Quizá eso nos da la pista para entender por qué en la hoja de sala se menciona que el sello distintivo de Friedeberg es la creación de ‘espacios emocionales’, creación de lugares que no sólo son hechos para funcionar en el sentido más estricto de la palabra, sino también para dejar en ellos nuestro paso. La obra “Urgente modernización psicofrenológica en Zitácuaro en 2019” nos puede dar una pista de ello.
Así como Pedro Friedeberg hizo de todo, es posible que lo que nos esté proponiendo es ver ‘todo’ en sus obras. Camellos embistiendo a la piedra del sol, castillos con forma de alfabeto, castillos para caracoles ancianos, Lilliput en un ropero, cien pies en una silla, etcétera. Esto y más es precisamente lo que se nos propone en esta exposición.
Respecto a la museografía sólo me queda decir que está pensada para hacer resaltar a la obra, para que ésta hable por sí sola, lo cual se agradece y es congruente con una retrospectiva. Sin embargo, me parece que el color elegido convierte a la exposición en un recorrido muy oscuro sobre mundos imaginarios que merecen más iluminaciones. En fin, pequeño detalle que no demerita el esfuerzo de traer a la ciudad de Tijuana esta ‘magna’ exposición que anteriormente ya se había presentado, aunque más extensa, en el Palacio de Bellas Artes.
Me parece que en esta época de rescatar alternativas olvidadas, época obsesionada por consumir algo bueno pero olvidado de los consentidos de la ‘historia oficial’ (con todo lo que conlleve decirlo desde una institución oficial como es el CECUT), presentar a Friedeberg, aún en vida, me parece una alternativa adecuada.
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