domingo, 16 de octubre de 2011

Sí, se sangra


Primero un pinchazo. Agudo. Lo suficiente como para atravesar la piel. Pero se niega a ser atravesada. Se contrae, se sume, se deforma. El efecto cóncavo que genera este enfrentamiento finalmente cede paso ante el incisivo filo. La piel se rasga al fin. Pequeñas gotas rojas brincan a través de la abertura, el verdugo queda manchado. La punzada tiene un efecto expansivo y poco a poco, el dolor va ocupando más espacio en el cuerpo hasta alcanzar la extremidad más lejana. Pero el sufrimiento siempre regresa. Una vez desgarrada, la piel ya no genera resistencia. Franqueada la primer barrera dérmica, son los órganos internos los que sienten un dolor ajeno, exageradamente doloroso y exageradamente desconocido.